viernes, 9 de agosto de 2013

Relato: El brillo de la esperanza

Un nuevo relato, esta vez el de Juan García Fuentes que ha participado en el concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?" con "El brillo de la esperanza".

Un nuevo sol resplandece en tierras de nadie, a lo lejos una fuerte luz acompañada por un terrible ruido, traspasa la tela que cubre las pequeñas ventanas de la casa donde duerme el más pequeño de la nueva familia que acaba de asentarse en estas áridas y secas tierras. 
Con un gesto incómodo, abre sus ojos  y corre desesperadamente para que su madre lo envuelva en su regazo, donde se siente más seguro  que tapado entre esas finas sábanas que apenas cubren su pequeño cuerpo. 
Ajeno a lo que afuera está pasando,  la inocencia de su niñez no entiende de cambios de casa y largas caminatas en busca de paz, tranquilidad y armonía, sólo quiere echarse el último trozo de pan a la boca para salir a jugar con los nuevos amigos que ha conocido, sentirse libre y golpear la pelota más fuerte que el resto de compañeros. Es la viva imagen de la vida, ¿Qué sería de este mundo sin estos jóvenes sedientos de risas y alegrías?
El tiempo se pasea de forma tranquila, el tic-tac del reloj envuelve tardes de soledad y tristeza, atrás han dejado aparcados miles de ilusiones y sueños que no olvidan retomar, pero sus pasos siembran la duda de volver a la tierra que los vio nacer, donde las emociones intercambian estados de ánimos constantes y las lagrimas a la caída del sol, se hacen casi rutinarias, antes de apagar la vela que ilumina sus vidas y que pone fin a una nueva jornada.
Dolor, rabia y apatía, sus sueños se convierten en arena fina que resbala entre sus dedos. Cuando todo parece seguir su cauce, el río irrumpe con fuerza, las rocas se llevan todo lo que encuentra a su paso, el cielo se pinta de gris y abajo en la calzada, el color rojo es el reflejo de las marcas de los miles de heridos y muertos que han perdido la vida. Se oyen gritos, las madres lloran desconsoladas, desprotegidas, sus hijos están siendo asesinados por hermanos, por personas que como ellas, tenían ilusiones y sueños, esperanzas y una vida para disfrutar, conocer y experimentar, pero al fin y al cabo, todo se resume en tragedia, rencor, odio, esfumándose lo más poderoso que existe en la vida: las relaciones humanas, el respeto y la libertad.
Sus fuerzas poco a poco se marchitan, huyen de la violencia, de la guerra y de la extorsión. El cansancio de sus rostros es la mejor fotografía para explicar el agotamiento emocional que están padeciendo, conformándose con seguir vivos un día más, creyendo en la vida aunque solo sepa dar la espalda, escapando para ofrecer a sus hijos otra alternativa, dejando huellas de esperanza en cada una de sus pisadas, empezando un nuevo día deseando que este sufrimiento acabe y puedan volver a sentirse libres.
En el ambiente se respira nostalgia y preocupación,  esta hipócrita sociedad está cada vez más empeñada en conseguir el poder, el éxito y la riqueza, abandonando los valores más apreciados y difíciles de encontrar. Esta utopía con la que todo el mundo sueña solo es posible si miramos dentro de nuestro interior, donde se encuentra almacenado este gran tesoro, que nos acompaña desde que abrimos los ojos, para comenzar un nuevo día, hasta que los cerramos para descansar de tanto trabajo realizado, que nos sigue en cada palabra, en cada gesto y en cada zancada que damos a lo largo de la jornada, encontrándose en lo más profundo de nuestra alma, en lo más profundo de nuestro ser, y sin embargo, somos incapaces de aprovechar esta riqueza interior de la que poseemos.
Nos sentimos ricos si tenemos dinero, pero en realidad, estamos vacíos, huecos y muertos. Hemos retrocedido tanto, que nos hemos convertido en el animal más peligroso existente en la tierra, somos capaces de matar, agredir, intimidar, extorsionar y maltratar a nuestra propia especie ¿Qué animal es capaz de hacer eso? Rechazo, desilusión y apatía a este mundo que estamos construyendo.
Y la vida, sigue su camino sin detenerse en cada una de las estaciones donde nos gustaría que el tren se parara, sintiéndonos vulnerables al paso del tiempo. Por ello, queremos encontrar una felicidad que siempre tarda en llegar, mostrando una actitud inconforme con todo lo que tenemos. Pensamos, que obtendremos dicho valor cuando logremos algo que ansiamos con mucho ímpetu, siendo incapaces de saborear el segundo, minuto u hora en la que nos encontramos en este mismo instante. Nos olvidamos de los pequeños detalles que nos hacen sacar una bonita sonrisa, no alcanzando nunca un estado de tranquilidad interno que nos relaje, preocupados, no obstante, en buscar siempre el poder material que nos hará más fuertes y engreídos, cuando lo único que estamos consiguiendo es despojarnos del poder interior que poseemos,  dejando que la esencia de la vida se escape lentamente, que no es otra, que la felicidad en las pequeñas cosas que adornan nuestra mirada. 
De esta manera, con una venda artificial en los ojos, estamos más ciegos que nunca. Pobreza, hambre, refugiados de guerra, absentismo escolar, violencia de género, enfermedades, explotación, racismo, fobia… son algunos de los términos que día a día pasan ante nuestros ojos y que los dejamos escapar sin detenernos en lo que hay detrás de ellos, mostrándonos pasivos ante una realidad que daña la imagen del ser humano, exponiendo la peor cara de la moneda, vomitando acciones y hechos que dejan mucho que desear, presagiando que lo peor aún no ha llegado, de  tal modo que, mientras siga habiendo violencia, este mundo no es más que la viva imagen de la hipocresía.
Pero, ante todo este caudal de malas sensaciones, aún me queda la esperanza, al igual que a todas esas personas refugiadas, de creer en la posibilidad de que las aguas bravas puedan volver a su cauce, recuperando aquellos valores que nos darán la fuerza suficiente para afrontar los problemas desde otra perspectiva, teniendo como telón de fondo el amor hacía nosotros mismos, hacia los demás y hacia todo aquello que nos rodea.
De esta forma, sentado en esta gran piedra agrietada, que me sirve de silla en las tardes donde el sol aprieta con rabia, he visto pasar el brillo de la esperanza en los ojos de aquellos jóvenes que con una simple pelota, una lata y un trozo de tela son capaces de sentirse los más afortunados del mundo, aún escuchando cada amanecer el ruido tormentoso de una situación que parece, desgraciadamente, no tener fin.
¿Por qué el paso del tiempo trae consigo otra visión de felicidad? 
¿Quién fuera siempre niño para alegrar la vida con sonrisas y alegrías? 
¿Quien fuera, quién?...

¡Gracias, Juan!

[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]


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