martes, 27 de agosto de 2013

Relato: De Yafo (Tel Aviv), al Líbano. Mi vida en Ein El-Jilue

Margarita Roldán cuenta la historia de Samra un joven que vive en el campo de refugiados de Ein el-Jilue de Líbano. Este relato que os animamos a leer también participó en el concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?". 

13 de Abril de 1900: 
Me llamo Samra, tengo diez años y vivo en Yafo.  Me dan mucha pena los judíos condenados a cambiar todos los años de casa. El Profeta (La paz y las bendiciones de Dios sean con él) dice que la gente del libro, debe ser respetada y yo no entiendo porqué les tratan así. 

13 de Abril de 2013: 
Mi nombre es Samra y vivo en el campo de refugiados de Ein el-Jilue (en árabe عين الحلوة; "Pozo de agua dulce").  Mi abuelo llegó aquí hace mucho tiempo huyendo de la ocupación israelí de nuestro país, desde la ciudad de Yafo.  
Juró que moriría junto a su familia antes de permitir a ningún estado ocupar su tierra; pero ya murió. Murió en una de las invasiones de los israelitas a Libia en un bombardeo a nuestro campamento; pero murió luchando como había jurado. Ocho días y muchas muertes les costó a los israelíes el poder dominar nuestro campo. 
Muchos libaneses nos echan la culpa de haber provocado cada una de las  invasiones que han sufrido e incluso su guerra civil; que además de las muchas muertes, la tremenda destrucción que causo, las bombas de racimo que aún causan víctimas, la contaminación por uranio y otros compuestos que se precipitaron en el aire al ser bombardeadas las fabricas de plástico y otras cuyos materiales eran contaminantes, el polvo de los edificios derruidos que aún nos envuelve; les hizo perder una franja de su territorio que sigue ocupada, aunque anteriormente ya se la hubieran apropiado los Sirios.
—Oigo mucho jaleo en la calle; voy a asomarme
...
Solo son los miembros de Al Qaeda están entrenando a otros militantes—

Yo nací entre los libaneses pero no soy una de ellos, pues el campamento es palestino y es como si hubiera nacido en mi tierra pero sin haberla visto nunca. Algunas veces me llevan al mercado de Sidón. Allí la gente parece de otra galaxia. Las mujeres llevan pantalones, camisetas ceñidas y no se ponen pañuelos en la cabeza. Yo acabo de cumplir los diez años y ya lo llevo. 
No me está permitido hablar con ningún hombre a no ser que estemos en grupo. El contacto físico no nos esta permitido a las mujeres ni para saludar. Una vecina de mi calle, se veía a escondidas con un hombre del que se había enamorado. Su padre y su hermano mayor cuando los descubrieron los mataron a los dos, porque la honra de la familia es lo único que nos queda. 
Dice mi madre que Alá nos castigó por no respetar las leyes del Corán, pero si todos somos buenos y puros, Alá estará con nosotros y podremos regresar; por eso no podemos permitir que nuestras familias pequen. 
Salir acompañada (que de otra forma no me dejan) por el campamento, no me gusta porque es muy feo y huele muy mal; en verano, cuando el calor aprieta y la humedad del aire hace casi imposible respirar, los efluvios que emanan de las cloacas son insoportables; las moscas se me pegan al cuerpo intentando beber de mi sudor, no tengo manos para espantarlas a todas. Ratas del tamaño de gatos pequeños, se cruzan en mi camino. Debería estar acostumbrada, pero es imposible. 
El año pasado fui a un campamento de verano donde me enseñaban a dibujar y a leer; allí me regalaron este cuaderno donde escribo. Había otras niñas con las que me divertía mucho. Una de las que vivía en otro campo de refugiados más al sur, me contó que por las noches puede ver las luces encendidas de su casa en Palestina. 
—Oigo mucho jaleo en la calle; voy a asomarme.
...
No era nada; sólo los del movimiento de Fatah y los militantes islamistas de Jund al-Sham, que se están tiroteando. Ya la junta de seguridad del campo se encargará de detenerlos—. 
Otra de las niñas que conocí en el campamento de verano me contó que no tiene papeles de refugiada porque su familia llegó después huyendo de Siria cuando los israelitas entraron allí también. Los poquitos derechos que tenemos los refugiados reconocidos, a ella le son negados. 
Los monitores nos enseñaban muchos juegos y lo pase muy bien, pero este año ya no podré ir. Dicen en mi casa que ya soy mayor y me tengo que preparar para ser una buena esposa y madre. 
Mis hermanos mayores se han ido a otros países para poder trabajar de otra cosa que no sea de peón, que es el único trabajo que les permiten hacer. 
Uno de ellos ya se ha casado a pesar de la oposición de mi padre, que no quería extranjeras en la familia y ya le estaba buscando una buena chica de aquí para casarle; pero el nos confesó que quería poder tener papeles y pertenecer a algún lugar, pues las oportunidades no les llegan a los indocumentados. 
Me gustaría poder volver pronto a mi pueblo y casarme allí. 
Mi padre dice que los extranjeros nos dan la razón y que pronto volveremos. Yo pienso que más que volver será ir, porque él tampoco conoce más que este campamento provisional donde esperaba ya mi abuelo mucho antes que yo naciera,  ese momento.
—Otra vez hay  jaleo; voy a asomarme.
...
Es el general Munir, un alto mando del grupo Al Fatah que está arengando a la gente porque quiere que todos los Árabes nos unamos, para terminar con los abusos de los israelitas en la franja de Gaza.
Allí a lo lejos veo también tropas del ejército  libanés y milicianos de Jund al Sham, intentando matarse entre ellos—.
Christine Abou Salem y Moustapha Abou Atieh, que son vecinos míos, intentan hacer algo que nos saque a todos de este hacinamiento y esta miseria.  Pertenecen a  “Human Call” (El Grito Humano), que funciona como Hospital en el campo.  Tiene muy pocos recursos y por eso muchas personas, casi todos niños o ancianos, mueren; (muchos amigos míos, ya se han ido). También son los que me han encargado que escriba mi historia. No sé si sabré hacerlo bien.
La Ong Rescate Internacional colabora con ellos y nos ayuda todo lo que puede.
Me gustaría poder terminar de rellenar este cuaderno y muchos más, pero siento que si no abandonamos pronto este lugar cualquier día un bombardeo, un enfrentamiento o cualquier enfermedad, nos llevará a todos con Alá.

¡Gracias, Margarita!

[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]




jueves, 22 de agosto de 2013

Nuevo relato en "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?"

Mariana Pérez habla de las personas refugiadas en este relato con el que participó en el concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?". 

Ayer abrí el grifo del agua para lavarme las manos, y mientras la contemplaba irremediablemente escaparse de entre mis dedos, de pronto me apercibí de lo valiosa que es para otros pueblos. En los que cada día, mujeres y mujeres, tienen que recorrer kilómetros y kilómetros, para calmar que no saciar la sed de los suyos.
Y por primera vez descubrí aterrorizada, el tesoro que dejaba escapar sin ningún reparo. A veces se nos acostumbran la vista y el oído ante esa multitud, números sin rostro. Rostros sin luz. 
Cuando cierro mis ojos, yo veo a seres invisibles, de un pueblo sin patria y sin tierra, engendrados por esta humanidad a su antojo. Apátridas, fantasmas que vuelan en el limbo de la sinrazón. Atrapados entre fronteras tejidas sin sentido. Veo senderos que no llevan a ningún lugar, veo tan sólo derrota y ruina. Veo:
Abnegación y renuncia impuestas irremisiblemente.
Permisibilidad, aceptación ante su condena. 
Admiración por su resistencia frente al dolor y la necesidad. 
Tolerancia, aceptación de la barbarie, de atrocidades cometidas por hombres contra  hombres.
Remisión imposible la nuestra, por mirar hacia otro lado ante su llamada de auxilio.
Indolencia, inacción, insensibles se han tornado nuestros sentidos.
Demencia y delirio, no podrán justificar nuestra dejadez y nuestro abandono.
Asombro y desconcierto, me causa su lucha ante la continua agonía.
Salvación la suya, cuando sanen nuestro daño y nuestra culpa.
Veo sus ojos y su mirada me alerta del triunfo de la nada y del vacío entre la multitud. Sus bocas selladas y la venda en nuestros ojos, para que no se tambalee nuestro cómodo bienestar. Sólo quienes ven a través de esos mismos ojos, saben de nuestro egoísmo y del dolor que causa nuestra ignorancia desmedida. 
“La imagen es la norma de los iletrados”, pero en este caso, es su imagen la que nos torna ciegos e insensibles al contemplar el desconcierto y la desesperación reflejada en sus miradas. Atrapados como presas indefensas, en manos de nuestra indiferencia acomodada. Al otro lado del televisor nos creemos a salvo de su infortunio. Nuestras casas nuestra coraza, en la mesa no nos falta de nada. Nuestra familia a salvo, donde nada pueda romper nuestro equilibrio, ni tambalear nuestro bienestar acostumbrado.
Hoy es el día del Olvido, el Día del Refugiado. El día de mirar hacia otro lado, porque parece que todo esto nos queda muy lejos. Mientras continuamos lamentándonos de nuestro inexistente infortunio, porque el agua de la ducha sale fría o porque en el verano no hay agua fresca en la nevera.
 Mientras, los señores de la guerra, se erigen en sus tronos. Y desde países remotos, disparan sus armas, fabricadas con la avaricia y el deseo de poder. Pueblos enteros huyen de una guerra, que a ellos les arrebata todo y a aquellos insaciables, les torna ricos y poderosos. Y cada vez su ansiedad crece más y más, cuantos más caen abatidos por balas que les llevan a la muerte o al destierro. Huérfanos y viudas, niños y ancianos, dejan atrás a sus muertos, e inician un camino hacia lo incierto. Sus casas arrasadas, sus recuerdos enterrados entre las cenizas, y el horror y el miedo en las entrañas. Las fábricas del terror, y de la miseria desmedida, se asientan cerca de nuestras casas. Y ajenos a ello, nos convertimos en cómplices de sus atrocidades. 
Pero mañana será otro día, y poco a poco todos se irán perdiendo, extraviados sin remedio, desgastados por el tedio y la apatía. Como si no fueran a acabarse nunca, sin precio, sin garantía de una existencia ilimitada. Y mientras, dejamos escapar este presente que ya es pasado, e irremediablemente, no somos más que una consecuencia de su ausencia, y soñamos con un futuro incierto que no existe. Hoy, nos agarramos a nuestros bienes, y el miedo a la necesidad, resulta ser mucho mayor que la carencia misma. Y no valoramos cuanto tenemos a nuestro alcance, porque lo creemos seguro, hasta que un día todo se torne incertidumbre y nos arrebate todo lo guardado. 
Me adolece aún más, el preguntarme cuándo será el Día de esos otros miles de refugiados que no figuran en ningún censo, sin campamento, sin rumbo ni consuelo. Sin ayuda porque nadie les conoce ni les tiene en cuenta. Con el cielo como único techo,  el hambre en el estómago y la sed agarrada a su garganta. Almas, que ni figura tienen ya siquiera. ¿Para qué fueron engendrados y arrojados al valle del olvido y la miseria? Con el destino ya decidido de antemano, sin posibilidad de redención de su condena a cadena perpetua, y al destierro hasta su muerte, que tardía ya se la espera.
Lo que tornamos invisible, degenera en quietud y todo se queda en buenas intenciones. Sólo un número marca lo amplia que es su desdicha. La pasividad y la desidia se mezclan tornándose en desamparo. 
Si yo estuviera allí, con el peso del recuerdo de todo lo perdido, con la fatiga y el castigo del camino. Lo que más me dolería, serían las ausencias de los seres queridos, el cariño acumulado por los años que se tornaría en vacío. Todo lo inmaterial e insustituible. Pero mientras quienes ahora oímos, que no escuchamos sus lamentos. Y contemplamos a veces impasibles, las imágenes de su destierro sin conmovernos. Cuando lleguemos hasta allí. Sin equipaje, sin una mano a quien asirnos. Mientras buscamos entre la multitud un lugar donde asentar nuestros huesos dolidos del camino. Y al final, el descanso, se torne en el merecido castigo. Sólo de ése modo, sería certero  expresar qué siento.

¡Gracias, Mariana!

[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]



miércoles, 14 de agosto de 2013

Relato: El valor de los sueños

Fernando Conde, cuyo primer relato 'Tan cerca y tan lejos de lo anhelado' pudimos leer en abril, también participó en el concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?" con este poema titulado 'El valor de los sueños'. 

La brisa del Mediterráneo se cuela por mi ventana 
al mismo tiempo, como si de una suave caricia se 
tratase, me despierta, 
es cálida, reconfortante y familiar.
Desnudo entre las sábanas robo minutos al día,
el sonido del mar y el amanecer de la ciudad
componen una deliciosa melodía.
El balcón es mi ventana al mundo,
mar a un lado, campos de cultivo al otro,
olivos, edificios, movimiento y un nuevo día se avecina
Mi mujer ha preparado el desayuno
Primera dosis de energía para una larga jornada.
El mercado me espera,
pero eso no es nada.
Volveré y seré la persona más feliz del mundo,
veré el atardecer, veré como el sol se esconde
Veré como una línea naranja se funde con el azul del 
mar
Veré como nuestro Dios nos bendice otro día más
“Allahu Akbar”
Me siento bien, me siento cómodo,
me siento en mi hogar
¡No! otra vez ese sueño 
¡No! otra vez el despertarme del paraíso
No consigo comprender que es ello
¿Por qué a mi?
¿Por qué Allah me hace esto?
No hay nada más duro que el anhelo
No hay nada más frustrante que la realidad
No hay nada más cruel que soñar en el infierno.
A mis diecisiete años de cautiverio
le sumo una vida paralela de ensoñación.
Otra vez esa ciudad y esas vistas en mis sueños.
Es la imaginación un motor muy poderoso
capaz de derrumbar y alzar hombres.
Nunca he visto esa casa
Nunca me he casado,
nunca he salido de este campo de refugiados,
nunca he deseado otro día,
nunca he gozado de un nuevo amanecer.
Los más viejos del lugar
lo reconocen, es Dayr Al Balah.
¿Pero cómo puedo yo conocerla? 
¿Cómo puedo yo describirla con tal perfección?
No llego a comprender cómo la oscuridad que me rodea
La rutina, lo anodino, lo precario, el odio, la
pesadumbre, el dolor, el pasado, el presente y el futuro,
la frustración, el infortunio, la desesperanza y el 
rechazo
permiten que sean derrotados por mi imaginación.
Capacidad transformadora sin límite:
Brisa por sequía asfixiante y dolorosa
Olivos por tierras inhóspitas 
Casas por escombros, hierros y alambradas
Movimiento por caos y masificación 
Vecinos por libaneses
Hogar por… cárcel.
Que maravillosa es la mente
Ahora me doy cuenta, soy consciente,
cuento con el arma más poderosa
Me está ofreciendo el don de la esperanza
¿Quién soy yo para rechazarlo?
Nunca dejaré de soñar 
si eso me ayuda a seguir emocionalmente vivo
Conectado con mi pasado,
con mi presente y con mi futuro
Llegará un día que disfrutaré de esas vistas,
de esa vida, de ese hogar,
ese día no estaré soñando
ese día todo tendrá sentido, 
ese día, finalmente,
dejaré de soñar.

¡Gracias, Fernando!

[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]


viernes, 9 de agosto de 2013

Relato: El brillo de la esperanza

Un nuevo relato, esta vez el de Juan García Fuentes que ha participado en el concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?" con "El brillo de la esperanza".

Un nuevo sol resplandece en tierras de nadie, a lo lejos una fuerte luz acompañada por un terrible ruido, traspasa la tela que cubre las pequeñas ventanas de la casa donde duerme el más pequeño de la nueva familia que acaba de asentarse en estas áridas y secas tierras. 
Con un gesto incómodo, abre sus ojos  y corre desesperadamente para que su madre lo envuelva en su regazo, donde se siente más seguro  que tapado entre esas finas sábanas que apenas cubren su pequeño cuerpo. 
Ajeno a lo que afuera está pasando,  la inocencia de su niñez no entiende de cambios de casa y largas caminatas en busca de paz, tranquilidad y armonía, sólo quiere echarse el último trozo de pan a la boca para salir a jugar con los nuevos amigos que ha conocido, sentirse libre y golpear la pelota más fuerte que el resto de compañeros. Es la viva imagen de la vida, ¿Qué sería de este mundo sin estos jóvenes sedientos de risas y alegrías?
El tiempo se pasea de forma tranquila, el tic-tac del reloj envuelve tardes de soledad y tristeza, atrás han dejado aparcados miles de ilusiones y sueños que no olvidan retomar, pero sus pasos siembran la duda de volver a la tierra que los vio nacer, donde las emociones intercambian estados de ánimos constantes y las lagrimas a la caída del sol, se hacen casi rutinarias, antes de apagar la vela que ilumina sus vidas y que pone fin a una nueva jornada.
Dolor, rabia y apatía, sus sueños se convierten en arena fina que resbala entre sus dedos. Cuando todo parece seguir su cauce, el río irrumpe con fuerza, las rocas se llevan todo lo que encuentra a su paso, el cielo se pinta de gris y abajo en la calzada, el color rojo es el reflejo de las marcas de los miles de heridos y muertos que han perdido la vida. Se oyen gritos, las madres lloran desconsoladas, desprotegidas, sus hijos están siendo asesinados por hermanos, por personas que como ellas, tenían ilusiones y sueños, esperanzas y una vida para disfrutar, conocer y experimentar, pero al fin y al cabo, todo se resume en tragedia, rencor, odio, esfumándose lo más poderoso que existe en la vida: las relaciones humanas, el respeto y la libertad.
Sus fuerzas poco a poco se marchitan, huyen de la violencia, de la guerra y de la extorsión. El cansancio de sus rostros es la mejor fotografía para explicar el agotamiento emocional que están padeciendo, conformándose con seguir vivos un día más, creyendo en la vida aunque solo sepa dar la espalda, escapando para ofrecer a sus hijos otra alternativa, dejando huellas de esperanza en cada una de sus pisadas, empezando un nuevo día deseando que este sufrimiento acabe y puedan volver a sentirse libres.
En el ambiente se respira nostalgia y preocupación,  esta hipócrita sociedad está cada vez más empeñada en conseguir el poder, el éxito y la riqueza, abandonando los valores más apreciados y difíciles de encontrar. Esta utopía con la que todo el mundo sueña solo es posible si miramos dentro de nuestro interior, donde se encuentra almacenado este gran tesoro, que nos acompaña desde que abrimos los ojos, para comenzar un nuevo día, hasta que los cerramos para descansar de tanto trabajo realizado, que nos sigue en cada palabra, en cada gesto y en cada zancada que damos a lo largo de la jornada, encontrándose en lo más profundo de nuestra alma, en lo más profundo de nuestro ser, y sin embargo, somos incapaces de aprovechar esta riqueza interior de la que poseemos.
Nos sentimos ricos si tenemos dinero, pero en realidad, estamos vacíos, huecos y muertos. Hemos retrocedido tanto, que nos hemos convertido en el animal más peligroso existente en la tierra, somos capaces de matar, agredir, intimidar, extorsionar y maltratar a nuestra propia especie ¿Qué animal es capaz de hacer eso? Rechazo, desilusión y apatía a este mundo que estamos construyendo.
Y la vida, sigue su camino sin detenerse en cada una de las estaciones donde nos gustaría que el tren se parara, sintiéndonos vulnerables al paso del tiempo. Por ello, queremos encontrar una felicidad que siempre tarda en llegar, mostrando una actitud inconforme con todo lo que tenemos. Pensamos, que obtendremos dicho valor cuando logremos algo que ansiamos con mucho ímpetu, siendo incapaces de saborear el segundo, minuto u hora en la que nos encontramos en este mismo instante. Nos olvidamos de los pequeños detalles que nos hacen sacar una bonita sonrisa, no alcanzando nunca un estado de tranquilidad interno que nos relaje, preocupados, no obstante, en buscar siempre el poder material que nos hará más fuertes y engreídos, cuando lo único que estamos consiguiendo es despojarnos del poder interior que poseemos,  dejando que la esencia de la vida se escape lentamente, que no es otra, que la felicidad en las pequeñas cosas que adornan nuestra mirada. 
De esta manera, con una venda artificial en los ojos, estamos más ciegos que nunca. Pobreza, hambre, refugiados de guerra, absentismo escolar, violencia de género, enfermedades, explotación, racismo, fobia… son algunos de los términos que día a día pasan ante nuestros ojos y que los dejamos escapar sin detenernos en lo que hay detrás de ellos, mostrándonos pasivos ante una realidad que daña la imagen del ser humano, exponiendo la peor cara de la moneda, vomitando acciones y hechos que dejan mucho que desear, presagiando que lo peor aún no ha llegado, de  tal modo que, mientras siga habiendo violencia, este mundo no es más que la viva imagen de la hipocresía.
Pero, ante todo este caudal de malas sensaciones, aún me queda la esperanza, al igual que a todas esas personas refugiadas, de creer en la posibilidad de que las aguas bravas puedan volver a su cauce, recuperando aquellos valores que nos darán la fuerza suficiente para afrontar los problemas desde otra perspectiva, teniendo como telón de fondo el amor hacía nosotros mismos, hacia los demás y hacia todo aquello que nos rodea.
De esta forma, sentado en esta gran piedra agrietada, que me sirve de silla en las tardes donde el sol aprieta con rabia, he visto pasar el brillo de la esperanza en los ojos de aquellos jóvenes que con una simple pelota, una lata y un trozo de tela son capaces de sentirse los más afortunados del mundo, aún escuchando cada amanecer el ruido tormentoso de una situación que parece, desgraciadamente, no tener fin.
¿Por qué el paso del tiempo trae consigo otra visión de felicidad? 
¿Quién fuera siempre niño para alegrar la vida con sonrisas y alegrías? 
¿Quien fuera, quién?...

¡Gracias, Juan!

[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]