miércoles, 15 de enero de 2014

Relato: Desierto en ninguna parte

Esther Prieto participó en el concurso de "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?" con este relato sobre la vida de Alib.

Y de pronto, el abismo, el caos, la oscuridad, el desierto… Acabamos de llegar pero parece que llevamos toda la vida aquí. Las noticias que nos llegaban durante nuestro camino no difieren en nada de la realidad. Pero la realidad se torna más dura cuando la vives en primera persona. Estamos ya dentro, en el mismo corazón del tornado sin final. Ya hemos llegado. Aun no sabemos dónde parar y asentarnos, y la noche amenaza con llegar, rápida y fulminante como una bomba sembrando la incertidumbre de no saber dónde se dejará caer, y el manto del firmamento teñirá el cielo llenándolo todo de oscuridad, más oscuridad. Damos vueltas en círculo y sobre nosotros mismos, de un lado a otro. A nuestro alrededor hay demasiada gente. Son personas como nosotros, pero parecen extraños. Nos sentamos sobre los bultos llenos de cosas personales, lo primero que cogimos, lo imprescindible, lo necesario y ahora, lo único. Todo lo demás, pocas pertenencias pues nuestra familia siempre fue muy humilde, se quedaron en algún lugar de nuestras vidas pasadas.
Donde estamos es…en ningún lugar, en medio de ninguna parte. En tierra de nadie, olvidados del resto del mundo y alejados de la mano de Dios... Nuestro Dios, ¿nos ha abandonado? A veces pierdo la fe y entonces no quiero vivir pero después recupero la cordura y mantengo un hilo de esperanza. Una esperanza que se oculta entre la arena, entre sonidos estridentes, gritos y llantos, desesperación y resignación. Después llega la calma, la aceptación de nuestro presente. Quizás por guardar algo de confianza en el futuro, en las gentes que están fuera de este laberinto oscuro e inmenso. 
Anochece al fin. Nos recostamos casi por inercia encima de cualquier cosa. El cielo está estrellado. El frío de la noche cala los huesos. El vacío y la oscuridad se enganchan en el alma. Se escuchan a lo lejos sonidos de un llanto cercano. Murmullos ahogados y después, el silencio. Un silencio agotador e interminable.
Nos encomendamos a nuestro Dios una vez más, con la mirada puesta en el mañana. Pero mientras, seguimos aquí, como todos los demás.
Me llamo Alib, pero soy un grano de arena más en este desierto. En realidad, no soy nadie en concreto y vivo en mitad de ninguna parte.

¡Gracias, Esther!

[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]

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