Este es el relato ganador del concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?": El Cedro de la Esperanza de Julián Romero.
Es viernes y Rakin tiene mucha prisa por salir en busca de sus amigos, tiene una pelota de
plástico verde entre las manos y su madre lo retiene hasta que consigue que
devore un poco de pan de sésamo y un vaso de leche de cabra que le ha puesto
encima de la mesa -aprovecha y come hijo mío, mañana Dios proveerá, si quiere-
le dice. Termina y es entonces cuando sale corriendo a la calle, es el día de
descanso pero la última cosa que se le pasa por la cabeza a Rakin con sus ocho
años es precisamente descansar. La calle es de tierra, llena de hoyos, charcos
y suciedad y por donde se ve pasar muy poca gente, en el ambiente flotan las
oraciones que desde la megafonía de la mezquita del campo de refugiados llegan
a todos los rincones. El pequeño se dirige a uno de los parques que como un
oasis en medio del desierto ha construido una de las organizaciones de ayuda a
los refugiados y que siempre está lleno de niños y niñas jugando, palestinos y
libaneses. Por el camino ha tenido que esquivar a varios camiones que al
circular por esas calles deplorables le han cubierto de barro hasta la cabeza.
Al llegar, Rakin ve a varios de sus amigos que ya están en el parque y que
cuando le ven lleno de barro le empiezan a hacer burla y a reírse de él, pero
lejos de arrugarse o avergonzarse nuestro pequeño protagonista empieza también
a reír, instantes después, la final de la Copa del Mundo de Fútbol se está jugando en un
campo de refugiados palestinos en Líbano. Casualmente los equipos están compuestos
de un lado de niños palestinos y de otro libaneses, no se han mezclado. Después
de varias horas del trepidante partido, y en el que todas las estrellas del
firmamento del balón están encarnadas en cada uno de ellos -¡yo soy Messi! ¡yo
Cristiano Ronaldo! ¡y yo Casillas! ¡pues yo Zidane!...- en uno de los lances
del juego uno de los niños palestinos fortuitamente da una patada a uno del
equipo contrario, libanés, con la mala suerte de que le hace daño. Nada hubiese
ocurrido de no ser porque en el parque además de los niños había también gente
mayor, algunos padres y madres de los primeros pero también algún que otro
ocioso, y ocioso no por el hecho de ser viernes sino por llevar varias semanas
sin trabajo, cosa habitual en el campo de refugiados. La cuestión fue que la
situación se fue enrareciendo entre los mayores hasta formarse una trifulca que
derivó en insultos e incluso algunos golpes entre palestinos y libaneses a la
que sorprendentemente Rakin, a pesar de sus ocho años, ni corto ni perezoso
intentaba también añadir su grano de arena. Los gritos y el jaleo provocados se
oían en varias manzanas a la redonda, las sirenas de los coches de seguridad
del campo tampoco tardaron en dejarse oír, el bullicio que se formó fue
monumental, decenas de vecinos y curiosos se agolpaban en la entrada al parque,
y entre ellos, Aaminah, la madre de Rakin, que entre el estupor generalizado
también se había acercado hasta el lugar. Finalmente, la mujer palestina
terminó por ver a su hijo sujetado por uno de los agentes de seguridad, en
estado de éxtasis y profiriendo gritos contra los libaneses. En ese mismo
instante Aaminah, a su vez, entró en un estado mezcla de rabia y decepción al
ver a su hijo en tales circunstancias. Con mucha calma se dirigió a uno de los
agentes de seguridad para explicarle que el niño en cuestión era su hijo.
Después de una espera de varios minutos y conversaciones entre algunos agentes
éstos hicieron entrega del menor a su madre, quien tuvo que llamar a la calma a
Rakin todavía durante un rato para que volviese en sí abandonando tal estado de
ira.
Afortunadamente, tras todo el escándalo que se originó en el
parque, además del esguince ocasionado al pueril futbolista libanés, sólo hubo
que lamentar pequeños golpes y un banco roto. Al llegar a casa madre e hijo,
Fâtin, el cabeza de familia, había regresado tan sólo unos minutos antes, venía
de pasar un rato de tertulia con unos amigos como solía hacer los viernes por
las tardes y lo había hecho antes de lo normal. Le dijo a Aaminah que había
vuelto porque había oído desde la tetería las sirenas de los coches y venía a
asegurarse de que todo iba bien -estaba a punto de salir a buscaros cuando he
visto que no estabais en casa-. Fâtin era un hombre con ideas políticas que
había tenido que huir con su esposa doce años atrás de la aldea palestina en la
que vivían, cuando tan sólo tenía veintidós él y diecinueve ella. Era una
persona seria y trabajadora, muy bien valorada y con el que rápidamente
contaban para trabajar en la red de colocación laboral del campo de refugiados,
de hecho llevaba casi dos años trabajando, cosa inusual en el campo y más aún
en un refugiado. Fâtin, rápidamente vio en la cara de su esposa y de su hijo
que algo había sucedido -¿qué ha ocurrido? preguntó exaltado pero a la vez
tranquilo al tener ante sí a su familia intacta. Aaminah igualmente era una
mujer activa, trabajadora y responsable, y se sentía avergonzada por la
situación en la que había encontrado a Rakin. El pequeño era el motor de sus
corazones, de su vida, la razón por la que luchaban día a día con la dignidad
de un rey y una reina, y Rakin era la joya de la corona. Aaminah tenía la
cabeza agachada y no daba respuesta a la pregunta de Fâtin. Finalmente, cuando
consiguió reunir la fuerza necesaria logró contarle la escena y lo que había
ocurrido. El palo momentáneo que sufrió el padre cuando escuchó lo que había
ocurrido en el parque fue grande. Los denuedos, desvelos y sacrificios a los
que se sometían ambos progenitores en la educación de su hijo eran totales,
para ellos, el vivir en un campo de refugiados no era excusa de ningún tipo
para dejar de abordar lo que para ellos era una obligación de vida, pero
además, para Fâtin, Rakin representaba la futura Palestina, una Palestina
libre, independiente, con un Estado democrático propio a salvo de tutelas e
injerencias, eso era sobre todo para Fâtin su hijo y por extensión su
generación, y por eso era consciente que ese futuro pasaba por dar a su hijo
una educación digna basada en valores de tolerancia. Tuvo también que tomarse
unos minutos para reponerse y saber qué iba a decir al niño de ocho años, o
siquiera si habría de decirle algo.
Al cabo de esos minutos Aaminah tomó en brazos a Rakin y se
sentarón en el asiento de mimbre que tenían en lo que podríamos llamar salón de
la vivienda, el padre, cogiendo un taburete se sentó frente a su hijo y después
de besarle la frente le dijo lo siguiente: hijo mío, confío y me conformo en
que algún día comprendas algo de lo que te voy a decir ahora. El niño,
sorprendido por lo extraño de la situación, tenía los ojos abiertos como platos
y miraba fíjamente a su padre, por quien sentía una especial predilección y una
admiración total. Hijo, te llamas Rakin (respeto en árabe) porque tu madre y yo
un día tuvimos que abandonar nuestro hogar precisamente por la ausencia total
de respeto, respeto a la diferencia, tu madre y yo tuvimos que abandonar
nuestro hogar porque había quien no respetaba nuestra manera de pensar y de
sentir, no respetaba nuestra cultura, nuestras señas de identidad, nuestra religión.
Pero tú, Rakin, sabes muy bien que el respeto es una de las claves de la
existencia humana, sabes muy bien que los niños libaneses son tan buenos como
lo eres tú y tus amigos palestinos, algún día sabrás que los niños judíos
también son tan buenos como tú y tus amigos palestinos, y algún día sabrás que
todos los niños del mundo son tan buenos como tú y tus amigos palestinos.
Rakin, Líbano y los libaneses, nos están dando la oportunidad de sobrevivir, de
poder seguir luchando para un día poder regresar y vivir en nuestro hogar, y ese día vamos a tener que
agradecer esto que están haciendo por nosotros, un día que llegará pronto. Tu
madre y yo, Rakin, un día tuvimos que abandonar nuestro hogar, un hogar que también
tuvo que abandonar antes otra gente, gente que hace tiempo ya aprendió
lecciones que dejaron escritas y que tú ya sabes aunque no seas consciente de
ello, y aunque ahora ni siquiera entiendas, pero lo llevas dentro, está en ti.
Antes que nosotros Rakin, ya hubo quien tuvo que abandonar su hogar y luego
escribió que “hay que respetar los derechos de todos los pueblos de este globo,
vivir en armonía y acortar las diferencias cada vez mayores entre el Norte y el
Sur “ y “que uno mismo tiene que olvidar quién es para ser todos en uno”, esto
Rakin, lo dijo un palestino que con tu misma edad estuvo en este mismo campo
refugiado, se llamaba Mahmud Darwish y fue un niño tan bueno como tú y tus
amigos, como los libaneses, como los judíos y como todos los niños del mundo.
Cuando Fâtin dijo esto último, a Rakin se le dibujó una sonrisa de oreja a
oreja, y a continuación al padre y a la madre también, sin darse cuenta los
tres estaban riendo, el padre abrazó a su esposa e hijo -la fecilidad puede
abrirse camino en cualquier rincón del planeta y en las situaciones más
inesperadas-.
Aaminah en un arranque de energía espetó un ¡vámonos a la calle a
pasear! Rakin respondió ¡Sííííí! Y el
padre dijo ¡eso está hecho! La familia salió a pisar la calle nuevamente y un
niño volvía a jugar y a cantar con sus amigos en una alameda de cedros. A pesar
de todo, de lo sucedido, de estar en un campo de refugiados, todavía era
viernes, día de descanso, y el futuro Presidente del Estado libre e
independiente de Palestina esa tarde había hecho un “hat-trick”.
¡Gracias Julián! y ¡Enhorabuena!
[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]
Buenisiiiiiiimo. Mi enhorabuena al ganador!! Da gusto competir y perder en mi caso, con un relato de esa categoria. Un canto a la tolerancia y a la paz!! Gracias Julián!! Sandra desde Cartagena
ResponderEliminarCuando dices "de esa categoría"... ¿a qué te refieres exactamente? Destácame sus virtudes, por favor.
ResponderEliminar¡qUÉ PENA PENITA PENA! ¿Cómo se puede premiar algo tan mal escrito? Hagan ustedes un "concurso de sentimentalismos baratos", pero no lo presenten como un coucurso literario. Ofende a los que de verdad dedican parte de su vida a escribir.
ResponderEliminarNo lo había leído hasta hoy, qué malo.
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