Autor: Jaime G. Masip. Fotografía presentada en la exposición Palestinos en Líbano. Ciudadanos de otro estado. |
La densidad de población en el campo sube sin parar y yo sigo con mi maldición. Una cuarentona como yo no debería sentirse tan abandonada y sin compañía. No veo solución a mi
futuro. Estuve llena de vida, de voces, de ilusión, que fueron calladas. Aquí en Sabra, con este pasado, es difícil seguir adelante.
- Este es el sitio que te dije. ¿Ves? Está vacío– dijo uno de los chicos entregando un cigarrillo
a su acompañante.
Cuando entraron y sentí el humo exhalado, la antigua emoción se apoderó de mi. La charla alegre y la inocente voz de uno de ellos me recordaba al hijo de la familia que tanto significópara mí. Su presencia abrió la vieja herida y un recuerdo de aquellas personas que nunca volví a ver.
Con apenas diez años de vida perdí la oportunidad de alcanzar un estatus social digno. En aquel entonces daba albergue a una familia que en ese momento me abandonó. Aquel 17 de septiembre la vi acercarse por una calle chillando, anunciando a las vecinas las terribles noticias sobre degollados, disparados, y cuerpos mutilados con cuchillos. Los niños muertos, olor a sangre. Cuando llegó a mi, cerró la puerta con llave, buscó el fusil guardado bajo el sofá y se puso en la ventana.
- ¡A la esquína, destrás del armario, ya se dirigió al niño que seguía dando vueltas nervioso y alterado. El pequeño permaneció a su lado.
Cuando aparecieron los falangistas la mujer apretó el gatillo con torpeza, pero sin miedo. “Mi hijo, mi hijo”- pensaba mientras todas las balas fallaban su destino. Se escuchó el sonido del vidrio roto y por la ventana entró un bote de humo acompañado de disparos que provocaron mis heridas, todavía no cicatrizadas. Me asifxié y vi como salía a la calle la valiente mujer con su hijo intentando escapar de la falta de oxígeno.
Estábamos rodeados por la milicia, ellos y yo. En la calle cubierta con polvo y basura, entre los gritos y las risas de los opresores, uno de ellos agarró la mujer por el pelo cuando se cayó de rodillas. El otro, con un gesto firme, sujetando al niño ante sus ojos, paso con mucho cuidado un cuchillo por el cuello del pequeño. Este proceso mortal fue rápido y preciso. Un tiro acabó con el sufrimiento de la madre.
¿Quién más lo vio? Yo y todos los demás. El recuerdo, pero también el silencio, hasta hoy permanece en todas las familias y el miedo todavía se apodera de los habitantes de Sabra. Nadie cree ni espera la justicia, mientras que la memoria se alimenta de los viejos rencores.
¿Qué pasó conmigo? Me quedé en mi lugar, mutilada y humillada. Mis paredes se han convertido en un almacén, un basurero, y ahora refugio de los jóvenes. Para siempre perdí mi oportunidad de convertirme en un hogar y ver pasar las generaciones. Quién pudiera con sus dedos sentir conmigo la historia grabada en mi piel balazo a balazo.
[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]
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