jueves, 22 de agosto de 2013

Nuevo relato en "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?"

Mariana Pérez habla de las personas refugiadas en este relato con el que participó en el concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?". 

Ayer abrí el grifo del agua para lavarme las manos, y mientras la contemplaba irremediablemente escaparse de entre mis dedos, de pronto me apercibí de lo valiosa que es para otros pueblos. En los que cada día, mujeres y mujeres, tienen que recorrer kilómetros y kilómetros, para calmar que no saciar la sed de los suyos.
Y por primera vez descubrí aterrorizada, el tesoro que dejaba escapar sin ningún reparo. A veces se nos acostumbran la vista y el oído ante esa multitud, números sin rostro. Rostros sin luz. 
Cuando cierro mis ojos, yo veo a seres invisibles, de un pueblo sin patria y sin tierra, engendrados por esta humanidad a su antojo. Apátridas, fantasmas que vuelan en el limbo de la sinrazón. Atrapados entre fronteras tejidas sin sentido. Veo senderos que no llevan a ningún lugar, veo tan sólo derrota y ruina. Veo:
Abnegación y renuncia impuestas irremisiblemente.
Permisibilidad, aceptación ante su condena. 
Admiración por su resistencia frente al dolor y la necesidad. 
Tolerancia, aceptación de la barbarie, de atrocidades cometidas por hombres contra  hombres.
Remisión imposible la nuestra, por mirar hacia otro lado ante su llamada de auxilio.
Indolencia, inacción, insensibles se han tornado nuestros sentidos.
Demencia y delirio, no podrán justificar nuestra dejadez y nuestro abandono.
Asombro y desconcierto, me causa su lucha ante la continua agonía.
Salvación la suya, cuando sanen nuestro daño y nuestra culpa.
Veo sus ojos y su mirada me alerta del triunfo de la nada y del vacío entre la multitud. Sus bocas selladas y la venda en nuestros ojos, para que no se tambalee nuestro cómodo bienestar. Sólo quienes ven a través de esos mismos ojos, saben de nuestro egoísmo y del dolor que causa nuestra ignorancia desmedida. 
“La imagen es la norma de los iletrados”, pero en este caso, es su imagen la que nos torna ciegos e insensibles al contemplar el desconcierto y la desesperación reflejada en sus miradas. Atrapados como presas indefensas, en manos de nuestra indiferencia acomodada. Al otro lado del televisor nos creemos a salvo de su infortunio. Nuestras casas nuestra coraza, en la mesa no nos falta de nada. Nuestra familia a salvo, donde nada pueda romper nuestro equilibrio, ni tambalear nuestro bienestar acostumbrado.
Hoy es el día del Olvido, el Día del Refugiado. El día de mirar hacia otro lado, porque parece que todo esto nos queda muy lejos. Mientras continuamos lamentándonos de nuestro inexistente infortunio, porque el agua de la ducha sale fría o porque en el verano no hay agua fresca en la nevera.
 Mientras, los señores de la guerra, se erigen en sus tronos. Y desde países remotos, disparan sus armas, fabricadas con la avaricia y el deseo de poder. Pueblos enteros huyen de una guerra, que a ellos les arrebata todo y a aquellos insaciables, les torna ricos y poderosos. Y cada vez su ansiedad crece más y más, cuantos más caen abatidos por balas que les llevan a la muerte o al destierro. Huérfanos y viudas, niños y ancianos, dejan atrás a sus muertos, e inician un camino hacia lo incierto. Sus casas arrasadas, sus recuerdos enterrados entre las cenizas, y el horror y el miedo en las entrañas. Las fábricas del terror, y de la miseria desmedida, se asientan cerca de nuestras casas. Y ajenos a ello, nos convertimos en cómplices de sus atrocidades. 
Pero mañana será otro día, y poco a poco todos se irán perdiendo, extraviados sin remedio, desgastados por el tedio y la apatía. Como si no fueran a acabarse nunca, sin precio, sin garantía de una existencia ilimitada. Y mientras, dejamos escapar este presente que ya es pasado, e irremediablemente, no somos más que una consecuencia de su ausencia, y soñamos con un futuro incierto que no existe. Hoy, nos agarramos a nuestros bienes, y el miedo a la necesidad, resulta ser mucho mayor que la carencia misma. Y no valoramos cuanto tenemos a nuestro alcance, porque lo creemos seguro, hasta que un día todo se torne incertidumbre y nos arrebate todo lo guardado. 
Me adolece aún más, el preguntarme cuándo será el Día de esos otros miles de refugiados que no figuran en ningún censo, sin campamento, sin rumbo ni consuelo. Sin ayuda porque nadie les conoce ni les tiene en cuenta. Con el cielo como único techo,  el hambre en el estómago y la sed agarrada a su garganta. Almas, que ni figura tienen ya siquiera. ¿Para qué fueron engendrados y arrojados al valle del olvido y la miseria? Con el destino ya decidido de antemano, sin posibilidad de redención de su condena a cadena perpetua, y al destierro hasta su muerte, que tardía ya se la espera.
Lo que tornamos invisible, degenera en quietud y todo se queda en buenas intenciones. Sólo un número marca lo amplia que es su desdicha. La pasividad y la desidia se mezclan tornándose en desamparo. 
Si yo estuviera allí, con el peso del recuerdo de todo lo perdido, con la fatiga y el castigo del camino. Lo que más me dolería, serían las ausencias de los seres queridos, el cariño acumulado por los años que se tornaría en vacío. Todo lo inmaterial e insustituible. Pero mientras quienes ahora oímos, que no escuchamos sus lamentos. Y contemplamos a veces impasibles, las imágenes de su destierro sin conmovernos. Cuando lleguemos hasta allí. Sin equipaje, sin una mano a quien asirnos. Mientras buscamos entre la multitud un lugar donde asentar nuestros huesos dolidos del camino. Y al final, el descanso, se torne en el merecido castigo. Sólo de ése modo, sería certero  expresar qué siento.

¡Gracias, Mariana!

[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]



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