Margarita Roldán cuenta la historia de Samra un joven que vive en el campo de refugiados de Ein el-Jilue de Líbano. Este relato que os animamos a leer también participó en el concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?".
13 de Abril de 1900:
Me llamo Samra, tengo diez años y vivo en Yafo. Me dan mucha pena los judíos condenados a cambiar todos los años de casa. El Profeta (La paz y las bendiciones de Dios sean con él) dice que la gente del libro, debe ser respetada y yo no entiendo porqué les tratan así.
13 de Abril de 2013:
Mi nombre es Samra y vivo en el campo de refugiados de Ein el-Jilue (en árabe عين الحلوة; "Pozo de agua dulce"). Mi abuelo llegó aquí hace mucho tiempo huyendo de la ocupación israelí de nuestro país, desde la ciudad de Yafo.
Juró que moriría junto a su familia antes de permitir a ningún estado ocupar su tierra; pero ya murió. Murió en una de las invasiones de los israelitas a Libia en un bombardeo a nuestro campamento; pero murió luchando como había jurado. Ocho días y muchas muertes les costó a los israelíes el poder dominar nuestro campo.
Muchos libaneses nos echan la culpa de haber provocado cada una de las invasiones que han sufrido e incluso su guerra civil; que además de las muchas muertes, la tremenda destrucción que causo, las bombas de racimo que aún causan víctimas, la contaminación por uranio y otros compuestos que se precipitaron en el aire al ser bombardeadas las fabricas de plástico y otras cuyos materiales eran contaminantes, el polvo de los edificios derruidos que aún nos envuelve; les hizo perder una franja de su territorio que sigue ocupada, aunque anteriormente ya se la hubieran apropiado los Sirios.
—Oigo mucho jaleo en la calle; voy a asomarme
...
Solo son los miembros de Al Qaeda están entrenando a otros militantes—
Yo nací entre los libaneses pero no soy una de ellos, pues el campamento es palestino y es como si hubiera nacido en mi tierra pero sin haberla visto nunca. Algunas veces me llevan al mercado de Sidón. Allí la gente parece de otra galaxia. Las mujeres llevan pantalones, camisetas ceñidas y no se ponen pañuelos en la cabeza. Yo acabo de cumplir los diez años y ya lo llevo.
No me está permitido hablar con ningún hombre a no ser que estemos en grupo. El contacto físico no nos esta permitido a las mujeres ni para saludar. Una vecina de mi calle, se veía a escondidas con un hombre del que se había enamorado. Su padre y su hermano mayor cuando los descubrieron los mataron a los dos, porque la honra de la familia es lo único que nos queda.
Dice mi madre que Alá nos castigó por no respetar las leyes del Corán, pero si todos somos buenos y puros, Alá estará con nosotros y podremos regresar; por eso no podemos permitir que nuestras familias pequen.
Salir acompañada (que de otra forma no me dejan) por el campamento, no me gusta porque es muy feo y huele muy mal; en verano, cuando el calor aprieta y la humedad del aire hace casi imposible respirar, los efluvios que emanan de las cloacas son insoportables; las moscas se me pegan al cuerpo intentando beber de mi sudor, no tengo manos para espantarlas a todas. Ratas del tamaño de gatos pequeños, se cruzan en mi camino. Debería estar acostumbrada, pero es imposible.
El año pasado fui a un campamento de verano donde me enseñaban a dibujar y a leer; allí me regalaron este cuaderno donde escribo. Había otras niñas con las que me divertía mucho. Una de las que vivía en otro campo de refugiados más al sur, me contó que por las noches puede ver las luces encendidas de su casa en Palestina.
—Oigo mucho jaleo en la calle; voy a asomarme.
...
No era nada; sólo los del movimiento de Fatah y los militantes islamistas de Jund al-Sham, que se están tiroteando. Ya la junta de seguridad del campo se encargará de detenerlos—.
Otra de las niñas que conocí en el campamento de verano me contó que no tiene papeles de refugiada porque su familia llegó después huyendo de Siria cuando los israelitas entraron allí también. Los poquitos derechos que tenemos los refugiados reconocidos, a ella le son negados.
Los monitores nos enseñaban muchos juegos y lo pase muy bien, pero este año ya no podré ir. Dicen en mi casa que ya soy mayor y me tengo que preparar para ser una buena esposa y madre.
Mis hermanos mayores se han ido a otros países para poder trabajar de otra cosa que no sea de peón, que es el único trabajo que les permiten hacer.
Uno de ellos ya se ha casado a pesar de la oposición de mi padre, que no quería extranjeras en la familia y ya le estaba buscando una buena chica de aquí para casarle; pero el nos confesó que quería poder tener papeles y pertenecer a algún lugar, pues las oportunidades no les llegan a los indocumentados.
Me gustaría poder volver pronto a mi pueblo y casarme allí.
Mi padre dice que los extranjeros nos dan la razón y que pronto volveremos. Yo pienso que más que volver será ir, porque él tampoco conoce más que este campamento provisional donde esperaba ya mi abuelo mucho antes que yo naciera, ese momento.
—Otra vez hay jaleo; voy a asomarme.
...
Es el general Munir, un alto mando del grupo Al Fatah que está arengando a la gente porque quiere que todos los Árabes nos unamos, para terminar con los abusos de los israelitas en la franja de Gaza.
Allí a lo lejos veo también tropas del ejército libanés y milicianos de Jund al Sham, intentando matarse entre ellos—.
Christine Abou Salem y Moustapha Abou Atieh, que son vecinos míos, intentan hacer algo que nos saque a todos de este hacinamiento y esta miseria. Pertenecen a “Human Call” (El Grito Humano), que funciona como Hospital en el campo. Tiene muy pocos recursos y por eso muchas personas, casi todos niños o ancianos, mueren; (muchos amigos míos, ya se han ido). También son los que me han encargado que escriba mi historia. No sé si sabré hacerlo bien.
La Ong Rescate Internacional colabora con ellos y nos ayuda todo lo que puede.
Me gustaría poder terminar de rellenar este cuaderno y muchos más, pero siento que si no abandonamos pronto este lugar cualquier día un bombardeo, un enfrentamiento o cualquier enfermedad, nos llevará a todos con Alá.
¡Gracias, Margarita!
[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]