María Esteban participó en el concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?" con la historia de Kaseem contada por su nieto Aissah.
Un murmullo recorre la sala, se acopla un micrófono.
Hola, mi nombre es Aissah y tengo 6 años, vivo en Qadas un pueblo de montaña situado en Palestina, al norte de la capital.
Soy la menor de 4 hermanos y vivo en una choza, hecha por mi padre.
La gente de mi pueblo vive del campo, los más afortunados también de sus animales. Yo como cualquier niño solo me dedico a jugar e ir a la escuela.
Les voy a presentar a alguien, es un hombre mayor, con fama de cascarrabias, pero lo único que es, es un hombre en paz. No muy alto y muy delgado, barba grisácea y de ojos verdes. Se llama Kaseem y es mi abuelo. Recuerdo sus manos, la aspereza y fortaleza de sus manos, hechas de trigo, grabadas a fuego propias de un superviviente.
Una noche, antes del alba un ruido me despertó, me asome a un pequeño agujero en la pared y vi a mi abuelo. Estaba haciendo una masa con harina, agua y sal, la arrullaba y la arrullaba y cuando tenía un poco de consistencia, las echaba al fuego, un fuego de brasas apunto de consumirse, pero suficiente para cocer una pan, redondo y con toda su miga.
Todas las noches hacia el mismo ritual de masas y trigo, a veces les echaba manteca y otras veces se quemaba limando la primera capa demasiado oscura por culpa del carbón. Pues bien, él no lo sabía, pero yo lo miraba en silencio desde aquel agujerito. No era gran cosa, pero a mí me parecía fascinante observarlo en mitad de la noche y como de una masa con agua, nos daba alimento.
Aquella noche parecía que todo sería igual, no había despertador ninguno, era innecesario a veces el ser humano es mejor que cualquiera máquina, de rodillas amasando, lo miraba esperando al siguiente paso cuando el metal chocó contra el suelo, una nube de polvo se levantó y comenzó el bombardeo. Asustada corrí hacia mi abuelo y el no dudo ni un segundo, parecía que sabía del desastre. Me agarró por lo hombros y me dijo “corre mi niña, corre hasta el monte que por la mañana iré yo a buscarte con el pan” me negué y rompí a llorar, lo mire y volvió a decirme “si mi niña corre hacia al monte que allí estaré contigo”.
Le hice caso y tan rápido me llevaron mis pies llegue al monte, amanecí encima de una piedra, grite y grite el nombre de mi abuelo, pero parecía estar sola allí. Baje al pueblo y lo único que quedo era muerte, mi pueblo había sido arrasado y yo era una pieza más de la injusticia a la
deriva. ¿Saben lo que me salvo? No había que comer, pero yo veía a mi abuelo, recordaba como revolvía y hacia pan y estuve 11 días hasta que me encontraron haciendo pan.
Una mujer rubia, occidental vestida de blanco y con una gran cruz roja en su espalda, me encontró, me dijo que iríamos de visitas a campamentos que allí estaría mi familia. Pero mi familia nunca estuvo allí, en esos pueblos movibles solo había gente como yo, mutilados o no, les faltaba más de la mitad de su vida. Habíamos sido perseguidos y arrasados por según unos, estar en territorio de otros. Han pasado 25 años de aquella historia, mi historia, la de la niña que sobrevivió comiendo pan, dio la vuelta al mundo. Pase años buscando a mi familia de campamento en campamento, siendo un número refugiándome en el Líbano y lo más cerca que estuve de encontrar a mi abuelo fue aquella mañana de bombas, en el monte.
¡Gracias, María!
[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]