miércoles, 23 de octubre de 2013

Relato: Donde a libertarse empiezan

Fernando Ortín participó también en el concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?" con una reflexión de un joven palestino sobre su vida y la paz.

Un desliz de ropa sobre ropa despierta la mañana soñolienta del Líbano, y me voy desperezando conforme dos sonrisas delante de mí se van haciendo cada vez más amplias, como si pretendieran que yo les contestara con otra del mismo tamaño para quedarse tranquilas. Mi tía, que es palestina como yo, siempre me ha dicho que lo horroroso tarda muy poco tiempo en imponerse sobre el mundo, pero que lo hermoso necesita de un camino lento en que fraguarse; que cuando llega, todo lo anterior desmerece el recuerdo siquiera, y que sólo un minuto puede dar sentido a varias generaciones, y una vida pequeña a otras tantas defunciones combativas y largas. Mi tía escribe versos sin orden aparente y sin estudio previo; cuando le llega, dice, una luz de no sé qué lugares remotos, me cuenta, su mano no tiene gobierno que la reprima y se libera de todo lo que le rodea en busca del auxilio de un papel o un cartón o un mantel cualquiera, y en trazas grandes, y en otras pequeñas, con una caligrafía tortuosa, impaciente ante el miedo de perder en la forma el sustento que a ella le motiva la alerta del instante fugaz de la idea, escribe, pero escribe y escribe y el tiempo es sólo entonces para ella un juguete triste inventado por el hombre de extrarradio, el cual no sabe lo que es un pueblo tan pequeño y tan cercado como el nuestro. Y el tiempo, para ella, y a veces, he de decirlo, para mí también (me estaré haciendo mayor), es una aventura extramuros de hombres foráneos que imagino con tres cabezas y con pezuñas enormes; con bebés gigantes que ya hablan al nacer y con platillos volantes aparcados en los garajes de sus casas. El tiempo aquí a veces no tiene significado y se pervierte como una gota en un océano. Como un planeta solo y mínimo en un universo de grandes e infinitos soles. Mi tía dice que para qué un reloj si ella no necesita contar los minutos para saber que en cada uno su amor hacia mí crece exponencialmente, y hacia todos cuantos aquí estamos, a veces sedientos de mares y tierras, a veces colmados de gozo y de paz. 
Yo no sé qué es una esfera que no esté dibujada en un papel, o miniaturizada en una canica con que juego a veces; pero me han dicho que la residencia en la tierra es redonda, y si andas más allá de todo y de todos sin mirar atrás acabas volviendo al punto de partida. Y digo yo, incluso, y espero que perdonen ustedes, ¿para qué quiero yo liberarme de lo que dicen que nos ata, si al salir seguiré estando subyugado por unos pies que pesan demasiado y que no me dejan volar, y por unos horizontes que principian y terminan en sí mismos porque no son sino espejismos que nos traen de vuelta siempre para nunca acabar el camino? Y yo digo, y perdonen la tontería (hoy me desperté pero aún sigo soñando), ¿pará qué correr más lejos si aún no he perfeccionado mi técnica, si aún me tropiezo en las piedras que salen a mi paso en cada recodo, para qué ansiar nuevos cielos, si el mío aún no para de llorar por un pueblo desahuciado dentro de sus límites? Y me pregunto, y perdonen si me estoy desbocando en mi locura mañanera, ¿para qué aspirar a nuevas gentes que aún no despoblaron su odio hacia otros hermanos que los aman, pero que no son correspondidos? Perdonen ustedes, señores míos, pero yo os perdono tanto sin saber qué perdonar ya, que me gustaría que os unierais en este cántico de paz conmigo, aunque sólo sea por un momento de insólita cordura, sí, cordura y paz, si es posible. Y que lo gritéis como yo estoy gritando ahora por que todo cuanto existe se rinda ante el poder de la redención común, y así, de algún modo, la lluvia de mañana sea el baño original de la raza humana, con que poder borrarnos las rayas negras y marrones de unas guerras cada vez, si es posible reducir lo imposible, menos justificadas.
Mi tía a veces escribe versos desordenados pero con mucho tino. A mí me parece que ella al escribirlos y yo al leerlos ya empezamos a desgarrarnos las vestiduras que no sirven más que para ocultar la vergüenza por ser hermosos; a mí me parece que esto que siento en el estómago y quizá un poco más arriba cuando leo poesía, esto que no sé explicar, podría empezar por definirlo como un principio de liberación. Liberación que necesita consumarse en el espectáculo del mundo tangible, pero que a mí de momento me abastece de innumerables sentimientos de empatía y hermandad; a mí me parece que la paz, que está esperando a que alguien grite en la multitud: ¡adelante!, se escribe con versos sencillos pero encendidos, con versos que a todos nos hagan pertenecernos.
Mi tía y mi tío me despiertan cada mañana con una sonrisa iluminada, pero yo, idiota, siempre me giro para seguir durmiendo un poco más. Y sólo me levanto cuando ya mi tía no entiende de sonrisas, ni de gestos cariñosos. Quizá me esté arrepintiendo mientras estoy escribiendo lo que ustedes leen, en este preciso instante, de no devolverles lo que ellos por amor me hacen llegar cada mañana. Quizá sea ésta la declaración última de un niño que cada vez es menos niño, pero que no quiere perder lo que los niños mejor saben hacer. Yo quiero seguir siendo cariñoso sin dejar de ser hombre maduro, yo quiero seguir llorando sin dejar de ser masculino, yo quiero seguir vibrando al leer poesía sin dejar de ser un hombre práctico. Porque, sobre todo, no quiero ser como he estado siendo en estos últimos días, ya que me asusta la idea de que se trate de un síntoma de una transición mal conducida, a raíz de la cual casos ha habido de otros hombres que han perdido el corazón caliente, y posiblemente hayan empezado combates sin justificación alguna. Quizá ya me haya arrepentido de no devolverles una sonrisa a mis tíos, porque una sonrisa no cuesta nada, y a lo mejor sea peor el sentimiento cuando me despierte y no estén ellos sonriéndome. 

¡Gracias, Fernando!

[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]

martes, 1 de octubre de 2013

Relato: Diálogo no epicúreo

Tras un breve parón, volvemos a reanudar la marcha del blog con otro de los relatos que participaron en el concurso "Familias refugiadas en Líbano ¿Qué ves tú?". Hoy compartimos el relato de Sandra Monteverde  sobre la historia de Atiya, una joven palestina nacida en el campamento de refugiados de Nahr al Bared.

Me sentía cansada y con un sordo dolor de cabeza, seguramente a causa del montón de horas que había estado sentada delante del ordenador, buscando información sobre los campamentos palestinos en el Líbano. Me metí en la cama pensando en que no importa de dónde procedan, todos los refugiados son víctimas de las mismas miserias.
Al cerrar los ojos, me vi frente a una joven de hermosos ojos almendrados, quien compartiendo conmigo su historia, (soñando, no había barreras idiomáticas) me ayudó a ordenar mis ideas, acerca de todo lo que había leído.
- Háblame de ti – le pedí.
- Me llamo Atiya, - me contestó - tengo 16 años y soy palestina, de Saffourieh. - E inmediatamente agregó - Realmente allí nació mi abuelo; él llegó a los campamentos en 1948, después de la Nakba, ya sabes, la catástrofe. Todos los de la familia somos consientes de que Saffourieh ya no existe y que allí hay un nuevo asentamiento, pero no se lo decimos al abuelo, porque él sueña con volver a su ciudad, de la que no se cansa de hablar y según nos cuenta, era hermosa y estaba construida sobre ruinas romanas.
- ¿Dónde naciste tú entonces? – le pregunté, intrigada por su explicación.
- En el campamento de refugiados de Nahr al Bared, pero desde que fuimos desalojados de allí hace 6 años, vivo en el de Beddawi. Cuando llegamos aquí, nos quedamos en la que después fue mi escuela, ya que era el único sitio disponible para acoger a los que veníamos huyendo de los combates. Compartíamos un aula con otra familia y la habíamos dividido con una lona para tener algo de intimidad. Así vivimos varios meses, hasta que nos dieron una casa, por que un señor murió y quedó vacía. Nosotros los refugiados no somos dueños de ninguna propiedad ni podemos heredar. Tampoco tenemos derecho a estudiar en las escuelas libanesas, por eso construimos las nuestras, ni podemos trabajar fuera de los campamentos, ya que es muy difícil conseguir permisos y si se lo logra, nos pagan menos y no tenemos Seguridad Social ni seguros médicos.
- Se nota que eres una persona informada…
- Algunos me acusan de ser demasiado curiosa, - me dijo, disimulando una sonrisa - pero otros me cuentan cosas… dicen que de esa manera, amplío mis horizontes. Aquí hay demasiados limites, ¿sabes?
- ¿A qué tipo de limites te refieres?
- Estamos limitados a vivir en estos campamentos (hay 12 en todo Líbano) y no tenemos documentación, ni palestina ni libanesa, así que no se nos permite andar libremente, además para salir o entrar a los campamentos, hay que pasar por innumerables controles. Solo podemos estudiar lo que Líbano nos permite; yo quisiera ser doctora, pero esa es una de las más de 70 profesiones que nos están vedadas. Económicamente dependemos de las ayudas internacionales que cada vez son menores y ni siquiera podemos cultivar la tierra, pues muchos de los campos que rodean los campamentos, están plagados de bombas sin estallar. El gobierno libanés alega que si no hay reciprocidad, no podemos exigir derechos. 
- ¿A que te refieres con reciprocidad?
- Si un ciudadano libanés puede ir a otro país y ejercer ciertos derechos, aquí, una persona procedente del mismo sitio, tendrá exactamente los mismos derechos, pero ¿cómo puede haber reciprocidad si ellos no reconocen al Estado Palestino?
- Háblame de tu familia – le sugerí.
- Mi padre es palestino, mi madre libanesa, tengo 3 hermanos de 6, 8 y 9 años y todos estamos considerados palestinos, o sea apátridas. Mi madre fue expulsada de su casa en Trípoli, porque era una vergüenza para su familia que se hubiera enamorado de un refugiado. Están casados pero Líbano no reconoce el matrimonio civil y dice que cada quien es lo que es su padre, así que no tenemos ningún privilegio por ser hijos de una libanesa. Mi madre trabaja fuera de los campamentos, pero tiene que sufrir las burlas de sus conciudadanos que la desprecian por haber elegido estar aquí. Si se fuera, no podría llevarnos con ella y eso la mataría. Incluso algún palestino también le ha llamado traidora y espía. – En ese momento se iluminó su rostro y agregó - Eso me recuerda que un día un médico amigo me leyó un poema y siempre recuerdo una frase que decía algo así como que en todos lados hay “gente mala que cuando camina, pudre la tierra”.
- “Mala gente que camina y va a apestando la tierra”. Es de de Antonio Machado, un poeta español.
- Siiiiiiiii, ya lo recuerdo. Pues eso, que en todos sitios hay buenos y malos y aquí no es la excepción. Otro gran problema es la salud, ya que si bien hay centros de atención sanitaria, tienen muy poco para ofrecer y a veces, si se necesitan medicamentos, hay que recurrir al mercado negro o pedirle a alguien que pueda salir que los consiga en la ciudad. Mi madre lo ha hecho muchas veces, pero de eso hay gente que se olvida, a la hora de insultarla. Perdóname, pero… ¿puedo preguntarte algo? - me dijo tímidamente.
- Por supuesto - le respondí -. Lo que tú quieras.
- Hace un tiempo, una enfermera voluntaria me contó que antes de venir aquí, ella había estado en otros campamentos de refugiados que  tampoco tenían patria y vivían como nosotros. ¿Es verdad eso?
- Lamentablemente sí. Hay mucha gente que por cuestiones político-económicas, han sido desalojados de sus tierras, se han refugiado en otros países y también sueñan con volver algún día. Un ejemplo que conozco de cerca, es el de los saharauis, porque fui madre de acogida durante cuatro veranos, de una niña que se llama Malouma y que hoy tiene tu edad. ¿Por qué me lo preguntas?
- Es que me parecía mentira que la injusticia que sufre mi pueblo, también la vivieran otras gentes. ¿Sabes que Atiya, mi nombre, significa Presente? Y eso, junto con la historia, es lo único que realmente tenemos los palestinos y todas las demás personas que viven desplazadas. Pero si bien es cierto que nos cercenan los derechos, nadie puede quitarnos los sueños y con ellos, mi pueblo, el de Malouma y tantos otros,  tendremos que forjarnos un futuro…

¡Gracias, Sandra!




[Esta no es una publicación de RESCATE. El contenido de este relato pertenece al autor del mismo. ONG RESCATE no es responsable ni tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con el contenido.]